>> Georgette Dorn: My name is Georgette Dorn and I'm the chief of the Hispanic division and I had the great pleasure and honor to record Armando Romero in 1983 and my predecessor, Francisco Aguilera, recorded Fernando Charry Lara. So, the archive is now almost 60 years old. It began in 1961, 1943. My math is not very good. So, welcome and it's a great pleasure to have Rei Berroa here, another great poet and Luis [inaudible] and my former Chief and the Founder of the [inaudible] Latin American collection, Cole [inaudible]. And we are expecting the Ambassador from Colombia but I thought we should start on time because your time is as precious as everybody else's. So, thank you for coming. I will introduce first Armando Romero who is a Colombian poet of the avant-garde movement and who teaches at the University of Cincinnati. He has written a great, many books and is very well known. We have his books like Invocation to the rain, Sugar in the lips, No women, girls or female and The assassins. He has received many awards in Colombia, in Spain and in the United States. And then, Fernando Charry Lara, The great Colombian poet and one of the first surrealists and he has written a great, many books including Nocturnos y otros sueños, Los adioses, Pensamientos del amante, Llama de amor viva. The first reading is going to be by Armando Romero and then, the second, by Fernando Charry Lara. And then, Armando's wife, Constanza Lardas, is going to read an English translation of one of the poems. Thank you. >> Armando Romero: Buenas tardes, muchas gracias a Georgette Dorn y a la Biblioteca del Congreso por esta invitación, para dejar aquí nuestros versos. Para mí, es un gran honor, realmente fantástico honor poder leer al lado de un poeta que he admirado yo desde antes que había nacido, que es el poeta Fernando Charry Lara, a quien no me une, no solamente una gran amistad sino, como les digo, una gran admiración por su poesía, tal vez la poesía más bella que se ha escrito en Colombia en el siglo 20 y lo que va del 21. Voy a leerles los poemas de mi libro Los móviles del sueño. Voy a empezar con un poema que precisamente hace unos años bastante -- -- Fernando destacó como un poema que le gustaba de este libro. Le dedico pues esta lectura a Fernando y también a todos los amigos de la Biblioteca del Congreso y a mi esposa Constanza Lardas quién realmente también ha sido artífice de esta presentación y, por supuesto, no puedo dejar a mi hija Evangelia porque -- -- porque siempre está aquí con su espíritu grande acompañándome. De mi libro, Los móviles del sueño, leeré unos pocos poemas empezando con el que les dije, que se titula Invocación a la lluvia. Dime si empieza a llover y una gota grande como un sol se desprende viniendo desde esa mano de cielo en líneas entrecruzadas al geranio de cristal plantado entre las maderas del patio. Dime, ¿qué debo hacer? ¿Cuál es el salmo que abre esa llave? Y no deteniéndose allí inaugura un cono de reflejos, una paz de chorros en el vidrio y la ventana, inicia la envidia de los vecinos con un tronco de piedra entre los dedos. Dime, ¿qué debo hacer? ¿Cuál es el evangelio que tumba esa puerta y desmedida por la piel, mientras olvida el marco natural, invade nuestros cuerpos tendidos en la digna postura del amor? Dime, ¿qué debo hacer? ¿Cuál es el verbo que derrama esa gota? Como colombiano, no podía faltar que escribiera un poema que se llama Cumbia. La escaramuza de los timbales altera quevedos y cadencias, convierte imagen de mariposa en polvo simple o sortilegio. Los cuerpos en la danza arrebatan selva al espíritu y precipitan el paso que los devuelve a lo desconocido. Más acá, el ave llena de la luna, los encuentra de ojos vigilantes sobre la maraña del camino que siempre es fin y principio. El ascenso de las flautas orea como las sábanas desde el patio y ellas allá en la noche se desnudan a vela y tierra transformadas. Si hay paz, no es tierra. Sobre el zumbido de las palmas y la noche es la danza que se baila y el día es aquella que se sueña. Brisa. El solo movimiento de una hoja en el limonero puso en actividad toda la casa. A ras de suelo, un leve humo disipó sus sombras y dejó al descubierto el dulce ladrillo de los antepasados. El antiguo fantasmero de caoba fue puras risas entrecortadas y pasos blandos como guantes. Las vigas en el techo y el soporte de las arañas temblaron como una trapecista en celo de tendones. Apagada estaba ya -- Estaba ya la vela en el altar contra el rincón y no se movía. Al borde y al centro de una pantalla de adobe habían ahora puertas y ventanas en vaivenes de secos golpes y monótonos. Paso tuvo el sol que quedaba restando y sumando por los postigos y los portillos. En la fragilidad de sus lazos y la corredera del alambre, la hamaca dijo sí o dijo no. Como veloz -- Corrió veloz la mariposa única hasta el escaño de su estado sólido que esperaba en el corredor y desde allí la ahumada cocina hizo leve muestreo, rescoldos y cenizas. Viejas ollas en depósitos de sentencias y perfumes, desierto de áridos granos y legumbres florecidas, leña ya en el musgo y el renacimiento de las parásitas, tardo hueco del fogón y su encanto. Platos y tazas desportillado por un constante repique de los usos, pocillos en la pared como una interrogación colgando por el patio donde se desvanecía el acento trinitario y el punto aparte de las gallinas, caminó como un murmullo que en el bracino rosa y frotación de pieles desnudas por la hierba. El cielo se sostenía en un meridiano preciso que era una nube gris y muchas blancas, mas azul fue sólo un múltiple movimiento de pies, como las hojas cortadas del plátano. Un solo movimiento en esa tarde, pero al detenerse, el limonero, todo en aquel sitio continuó como antes. Y este fue el último poema de este libro que dice -- Se llama Viajera. En cuanto a los árboles, tiene cabellos como batidora de plantas. Sube en soga por la miel de las raíces y en la punta de las hojas es cristal de agua. En cuanto a los árboles, tiene cabellos como batidora de plantas. Sube en soga por la miel de las raíces y en la punta de las hojas es cristal de agua. En cuanto a las noches, camina por el [inaudible] en fondo, dejando humo y sonido como vapor de fuego, chispa de seno en curva adolescente. Es amor de múltiples amantes, trigo en aire de inigualado desenfreno, astilla firme en el corazón de los pájaros, óvulo centro que esperma y desaparece. Hada en techo de zinc y asbesto, muévese como trepador en cruz sobre la rama, precisa como gotera a medianoche da paso a un nuevo ruido. Esperándola estamos los hombres de la tribu en la danza de abeja con dolor asigno, callados a la espera de palabras es a nosotros su más certero desafío. Mírala venir de ella en agua, mírala caminar de ella en árbol, mírala flotar de ella en noche, mírala partir de ella en pájaro. En 1991, tuve la oportunidad de hacer un viaje a la Edad Media. Cierto. Fui al monte Athos, la República Ortodoxa y Griega, al norte de Grecia y me sumergí en el mundo de los monasterios y los monjes. Y, en verdad, es ir a la Edad Media. De este viaje, les voy a leer unos -- -- tres o cuatro poemas. En los monasterios, en los 20 monasterios de la República Ortodoxa Griega, no se admiten mujeres. Es una ley puesta en la Edad Media. Yo no tengo nada que ver, no me culpen a mi. Yo escribí un poema que explica cuáles son las razones que ellos para no admitir a mujeres. Se llama Nada de mujeres, hembra o animal femenino. De aquí en adelante, ya no habrá más mujeres. Se levanta el puente sobre la cubierta y ellas allá, a la distancia, saludando. No habrá de ellas más presencia. Tal vez una llamada por teléfono, una postal para enviar desde Dafni. No estarán sus vestidos como banderas columpiándose en las alambradas ni el roce de un perfume contra la tarde. Nadie llevará rouge en los labios, el pelo suelto contra la espalda. El monte Athos enhiesto será todo Zeus, mas no Venus. Las caderas serán estrechas y el grito de un niño, la ilusión de un pájaro, un cerdo pequeño. Habrá peces, sí, pero no el espejo de sus pieles. Por los corredores de los monasterios no repicará el taconeo de sus zapatos, ausencia habrá de cierto orden, la inefable disciplina que conllevan. No habrá el silencio que viene con su silencio, ni alegría, ni rabia, ni tormento. Narra la historia que un icono de la virgen, furioso, le incriminó a la Emperatriz Pulcheria cuando visitaba el monasterio de Vatopedi "No sigas adelante, en este lugar hay otra reina y no eres tú." Nada de mujer en bravo animal femenino, caminará entonces por veredas, montes o el cuartel de los monjes alucinados. Cierto es que en Pantocrátoras vi gallinas precedidas de polluelos y en Dochiariou maullaban gatas por los gatos. Sólo con la divinidad es la cópula permitida, decía el monje Palamás con su acento de Oxford. Sólo en la noche, la oración bendice las almas, decía el eremita de Santa Ana. El sucio, un aprendiz de monje que a todo huele a la distancia, ríe en su grito de entre dientes y al monje mayor sirve. No hubo ni habrá mujeres en este santuario, dice. Y, ¿cómo sería si ellas vinieran y lo limpiaran todo, nos preguntamos? No ver mujeres por día y ya ahí mismo nos hacen falta. No aquí, decidimos. Dejemos esto para saber que existen y que por ellas existimos, lo mismo estos monjes que las ven a la distancia. Diálogo. Dos monjes hablan en la noche. Una voz clara, golpeante, deja que las vocales se desprendan gota a gota. Una voz de tierra, acechante, se escurre por entre las brumas. Una voz salpica las paredes con salmos, como lanzas. Una voz acelera su huir de tropel confuso. Una voz de consonantes dice su última palabra. Una voz de susurros espera incrédula. Una voz hace alto, altanero, su momento. Una voz es una pantera. Una voz es un silencio. Y un último poema de este libro que se titula Agion oros, el monte santo. El más grande monasterio, el más antiguo, fundado por San Atanasio en el año 964, se llama Labra. Yo pasé una temporada ahí en Labra, es absolutamente maravilloso. Es una -- Toda una ciudadela. En su época mayor hospedaba a cuatro mil monjes. Hoy quedan pocos. En Labra, el monje asiste para orar. De la mañana a la noche, la palabra lo engaña. De la noche a la mañana, lo ilumina. ¿Cuál es esa palabra sin sonido que le avienta las apariencias? ¿Cuál es aquella que le revela lo divino? Es la misma que ahora y en la hora, lo eleva en la escala de Jacob. Es la misma que el demonio le entierra a Lázaro con un tridente por la boca. No es para enseñar, trabajar, escribir, hacer el bien, estudiar, que existe el monje es para orar, para labrar en Labra la palabra y en otras partes también. Y de mi último libro, todavía inédito, que se titula De noche, el sol. De él, leeré unos pocos poemas. Los cuerpos. De una estética a la otra, han pasado hoy los cuervos por mi jardín. Envueltos de negro, picotean semillas entre la hierba. Quisiera desarmarlos, como hizo hoy un día, pero al alzar la mano con mi pluma lista, a volar se lanzan por entre los árboles. Esta imagen fugaz es lo que resta. ¿Qué es el río? ¿Qué es el río sino esa agua sucia deslizándose? Entre colinas hondonadas, terraplenes, ara un limo poblado de peces oscuros, ramas engañosas. Perplejo, el cielo se niega en el reflejo de sus aguas. ¿Qué es el río que no dice adiós por debajo de los puentes? Sólo en lo vasto de su tiempo lo puedo capturar, si alerta voy al instante. ¿Qué es el río sino es seguir por el agua sucia, deslizándome? Poema de otoño. No dos pasos da el otoño, cuando ya las mariposas vuelan a otro donde que desconocemos. Sin gracia, las hojas las imitan, dándole más ruido al viento. Busco un poema que he perdido, siempre los poemas se pierden aquí. Pero -- -- este es un poema que escribí dedicado a nuestro gran poeta León de Greiff, poeta siempre amado y querido, a quien no tuve la valentía de conocer. Siempre le tuve gran miedo porque yo era muy chiquito y él era muy grande. Leo, León. Leo le gris. Truena la lírica canción al llamar sonido ese ahuyentar palabras. Rezonga con ruido de piedras y cristales al cincelar el poema. Palo contra palo, zumba y retumba en el plantar de los versos. Paspa y parte la imagen que de apotegma hipotenusa enseña los dientes. Ruge hasta estremecer de sentidos la forma sin razón de los acentos. Truena la lírica canción al reventar de blanco el revés de la página. Truena la lírica canción, celebrando el siglo por ir y venir del poeta. Estamos en tiempo, a tiempo todavía de leer otro poema para así terminar, dedicado también a otro poeta -- -- que todos queremos mucho. Leyendo a Vallejo. Quiérase o no, tengo que decir que de la calle a mis ojos cayó el sol como duro sopapo. Leía los versos del poeta a paso [inaudible] y levanté los ojos y se me fue el entonces. Del candelazo [inaudible] un verde circular rutilante, que al ir transformándose de rojo oscuro a azul, compuso en fragmentos algo como dos pequeños seres llamándose, brincandose, retozando entre colores amor y derrota. Si eran signos, tenían más vida que significado. Si eran símbolos, no encontraban historia que lo soportara. Al regresar a los versos del poeta, los vi acomodarse entre líneas, tiernos y metálicos como sus palabras. Trabajos del poeta. Deja el poeta la página desnuda sobre la mesa de la cocina y, de improviso, viene el aceite a tocarla. Un olor a cebolla se le impregna. El borde marrón de una taza de café traza un intento de anillo. Un gato juguetea con sus bordes. Un hombre solitario pasa por la ventana y la mira. Una mujer con delantal de fiesta escribe cuatro palabras. Alcauciles, espinacas, uvas, tomates. Unos niños hacen un pequeño avión y lo tiran por la ventana. ¿Dónde está la lista?, pregunta ella. ¿Dónde está el poema?, pregunta él. Así trabajaba Don Pablo por las mañanas. Muchas gracias. >> Fernando Charry Lara: Buenas tardes, distinguidos amigos. Quiero, ante todo, agradecer a la señora directora del Departamento Hispánico de esta notable institución, que es la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Doña Georgina Dort, la invitación que me ha formulado para -- De leer esta tarde estos poemas. Me complace mucho, en primer lugar, compartir esta lectura con mi gran amigo y gran poeta, novelista, narrador, Armando Romero, a quien he tenido la fortuna de conocer y de tratar desde hace muchos años, largos años. Admiro mucho, en este campo específico de la poesía -- -- su originalidad y expresividad y su profunda compenetración con la realidad y con la vida cotidiana. Me complace mucho también que esta lectura sea en la ciudad de Washington. Pienso -- -- que aquí le dió a leer Edgar Allan Poe, el gran poeta norteamericano, algunos de sus maravillosos textos como los titulados Filosofía y la composición o el Principio poético o la Esencia del verso, que constituyeron la Biblia de los poetas simbolistas franceses y que, en consecuencia, constituyeron la -- -- un gran -- -- un enorme caudal poético -- -- para el movimiento modernista hispanoamericano, del cual todos quienes hemos escrito en estos años somos -- Seguimos siendo herederos. Aquí en Washington, escribió también algunos de sus últimos poemas, el gran poeta español, Juan Ramón Jiménez. Aquí comenzó un poema definitivo dentro de la obra de Juan Ramón Jiménez que es el titulado Espacio. Y, finalmente, también aquí en Washington, un querido amigo nuestro y gran poeta, Fernando Arbeláez, escribió algunos de sus mejores poemas, entre ellos El inolvidable, dedicado al poeta griego Constantino Cavafis. De manera que es muy grata la -- -- circunstancia de haber leído yo estos poemas en Washington. Leo algunos poemas de un libro mío que se llama Poesía reunida y que, en realidad, reúne -- -- todos los poemas publicables que he escrito. Ese libro se titula Poesías reunidas. Fue editado en Bogotá por la editorial Fondo de Cultura Económica de México. Del primer libro -- -- del primero de mis libros que se tituló Nocturno y otros sueños, leo este poema que lleva por título Noche desierta. Ronda en la noche, a veces -- -- un sordo rumor de bosques y de raudas sombras gigantes y vientos fatigados, donde oír, donde oírte, delirante gavilla de sueños, sino en esta silenciosa honda penumbra de la noche rondan bosques, polvo de secas hojas y rumores, viejos caminos y una canción. Clamante luz que descendió a los labios, cruza de sones extraños y temores, este sueño de piedra de las formas dormidas. Un rudo viento y en el viento la canción crece, crece el sonido de la sombra insistente. Una brisa, una hoja resuenan en el alma con extendido eco y aparece un recuerdo entre mil nombres, tal un aproximar de mariposas en las horas que llegan de las distancias a la noche. Esta es la noche, dócil mujer, de quién quisiéramos rescatar un amor antiguo, una caricia, un deseo misterioso y ardiente. Como mujer, debiera tenderse eternamente al lado y seguían de su cuerpo los perfumes nocturnos, los aromas lunares. Algo hay sobre la tierra. Olvido y esperanzas, la vida y un sueño crece de lo perdido, de la infancia remota que avanza bella y lentamente como con paso de mujer enferma, brotando vagas voces, palabras y siluetas de humo en la memoria. Algo hay sobre la tierra. La vida, esperanzas y olvido. Sobre la noche, un hondo, sordo rumor de bosques que llega al corazón desierto con parajes recónditos de maderas nocturnas, viejas ramas, aves desconocidas o siniestras. Después, todo es silencio. La noche, cerca del mar, no dejará contra las rocas, contra la playa, su dramático acento de desbordantes aguas, batir espuma blanca y soñolienta. Pero lejos, entre ciudades sin orillas, un trémulo silencio arde sin fin. Del libro Los adioses, leo este poema. A la poesía. Al soñar tu imagen bajo la luna sombría, el adolescente entonces hallaba el desierto y la sed de su pecho. Remoto fuego de esplendor hilado llama donde palidece la agonía. Entre glaciales nubes enemigas te imaginaba y era como se sueña la muerte mientras se vive. Todo siento, sin embargo, tan íntimo. Apenas una habitación, apenas el roce de un ala o un amor que atravesase noches con pausado vuelo lánguido, con sólamente el ruido, el resbalar de la lluvia sobre dormidos hombros adorados. Sí, dime de dónde llegabas, sueño fantasma, hasta mi propia sombra dulce, tenaz, al lado. Así asomas ahora, silenciosa. Tal entre los recuerdos el cuerpo amado avanza y al despertar, a la orilla del lecho, entre olvido y años, a entreabrir los ojos a su deslumbramiento. Oye sólo la gracia melancólica que huye, invisible hermosura de otro tiempo. No existe sino un día, un solo día. Existe un único día inextinguible, lento taladro sin fin, royendo sombras. No soy aquel, ni el otro. Ni ayer, ni ahora soy como soñaba. Qué turbadora memoria recordarte, adorar de nuevo tu voracidad. Repasar la mano por tu cabellera en desorden. Brazo que ciñe una cintura en la oscuridad silenciosa. Ser otra vez tú misma, salobre respuesta casi sin palabras, surgida en la noche con triste sonidos, rocas, lamentos arrancados del mar. Tú sola, lunar y solar, astro fugitivo, contemplas perder al hombre su batalla, más tú sola, secreta amante, puedes compensarle su derrota con tu delirio. Míralo por la tierra vagar a través de su tiniebla. Crúzalo con la espada de tu relámpago. Condúcelo a tu estación nocturna. Enajénalo con tu amor y tu desdén y luego, en tu desnudez eterna, abandóname tu cuerpo y haz que sienta tibio tu labio cerca de mi beso para que, otra vez, despierto entre los hombres, te recuerde. Este poema se llama Jardín nocturno. La mancha del cielo azul, sombras de árboles, sombras de nubes y, alrededor, muros, ruinas, piedras que en el silencio son frío. Si la mano, si el pensamiento las roza, de noche, retraído y apasionado, contemplar desde allí lo lejano. Olvidado de sí, hambriento del mundo, vagar entre luces, ciudades, veranos, más luego, como cuando uno sin saberlo, extiende por mares su corazón y regresa al solo psique en que sueña. Ha pasado el tiempo y, sin embargo, está el fulgor lunar sobre la vida. Así ilumina. Así entristece, viril al hombre, la soledad de su delirio. Éste, en el que no puede -- No podía faltar la violencia política colombiana. Tiene por título Llanura de Tuluá. Al borde del camino, los dos cuerpos, uno junto del otro, desde lejos parecen amarse. Un hombre y una muchacha, delgadas formas cálidas, tendidas en la hierba, devorándose, estrechamente enlazando sus cinturas, aquellos brazos jóvenes se piensan. Soñarán entregadas sus dos bocas, sus silencios, sus manos, sus miradas. Mas no hay beso, sino el viento, sino el aire seco del verano sin movimiento. Uno junto del otro están caídos, muertos, al borde del camino, los dos cuerpos. Debieron ser esbeltas sus dos sombras de languidez, adorándose en la tarde y debieron ser terribles sus dos rostros frente a las amenazas y relámpagos. Son cuerpos que son piedra, que son nada. Son cuerpos de mentira, mutilados de su suerte, ignorantes de su muerte y ahora, ya de cerca contemplados, ocasión de voraces negras aves. Y finalmente les leo este de los Pensamientos del amante, les leo este poema que se llama El solitario. Encantamiento, sucesión de labios. Cadena, cuerpo sin fin. Ola perpetua en mar sonando triste, beso en rostro desierto. Casi piel, casi mujer. Collares, labios, labios entreabiertos y, sin embargo, siempre hostil, siempre vestida de impalpable atardecer, como la lejanía. El viento, el sol, la nada donde habitas, la ausencia o la ficción con que rodeas. Haces, deshaces. La huella de tu cabeza en mi almohada y en la navegación a su mil y una noche, persiguiendo, andando sólo sobre tu sombra, por la calle también hechizada al acecho ahora del taconeo inaudible. Se repiten en el recuerdo fascinaciones fugitivas, paraísos. La luz de muchas tardes en tu frente, el curso de los astros en tus ojos. Labios, pasos, nostalgias. Ese río silencioso huyendo hacia nunca, hacia el gesto final del desengaño. Quiero que entre mis brazos, lenta, oscura, desnuda surja la verdad del mundo y no la eterna vibración de labios, de labios que jamás una palabra, una palabra que no sea la palabra, sueño. Sueño de ser despierto contigo a solas; a solas, en secreto, el pensamiento solitario. Muchas gracias. >> Armando Romero: La risa de Dios. Dice Quevedo que, de tiempo en tiempo, Dios viene a reírse con nosotros. Planta su boca abierta contra los malvados y deja alegría en las penas de los inocentes. No habla el poeta de truenos y tempestades cuando es hora de su presencia, o si al oírla recogeremos el eco que despierta el cencerro de los dientes. Ya sea en arameo, griego, latino o hebreo, su cadencia debería respirar como los cometas, alambicarse de vapores en las estrellas y untar de todo gozo el universo. Dado es que esperemos, en silencio, que un día llegue hasta nosotros y rogar que sus lapsos no sean eternos, como los hilos invisibles de nuestra paciencia. >> Constanza Lardas: God's laughter. Quevedo says that from time to time, God comes to laugh with us. He plants his gaping mouth on the wicked ones and brings happiness to the suffering of the innocents. Oh, when that laughter arrives, not thunderings, not tempests are on the poet's lips, nor does he say that when we hear it we'll gather up its echo as it shoots out from God's rattling teeth. Whether in aramaic or in greek, in latin or in hebrew, its cadence should be of a comet's breath, should distill itself in vapors among the stars and anoint the universe with pleasure. That we wait in silence is a given, until the day it presents itself to us and we plead that its lapse is of time not be eternal, like the invisible threads or our patience. >> Fernando Charry Lara: Este poema se titula Conmigo y trae un epígrafe del poeta colombiano Aurelio Arturo que dice. Los días que uno tras otros son la vida. La trémula sombra ya te cubre, sólo existe el olvido, desnudo, frío corazón deshabitado y ya nada son en ti las horas, las taciturnas horas que son tu vida. Ni siquiera como ceniza oculta que trajeran los transparentes silencios de un recuerdo. Nada, ni el crepúsculo te envuelve, ni la tarde te llena de viajes, ni la noche conmueve tu obstinada nostalgia del amor, cuando una tácita doncella surge de la sombra. Oh, corazón, cielo deshabitado de los sueños. >> Constanza Lardas: Oblivion, the days that one after the other are life. Aurelio Arturo. The tremulous shadow already blankets you, only oblivion exists, naked, cold, uninhabited heart and, in you, the hours are already nothing, the taciturn hours that are your life, not even like whispered cinders that a memories' diaphanous silences might bring. Nothing, not even twilight envelops you. Not even the afternoon fills you with journeys. Not even the night can disturb your stubborn nostalgia of love when a silent maiden emerges from the shadows. Oh, heart, the uninhabited heaven of dreams. >> Georgette Dorn: Realmente es un evento extraordinario tener dos poetas aquí en la Biblioteca del Congreso. Fernando Charry Lara y Armando Romero, muchísimas gracias.